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Para hacer



Actividades para un montaje teatral
Williman Lorda, Margarita Ravera, Sandra Souza, Mariano Zaro

Petunia y las semillas

Petunia vivía en un pueblo en las montañas. Desde su ventana se podía ver el paisaje más verde que te puedas imaginar. El viento era suave y movía las nubes. La lluvia hacía crecer los árboles. Petunia sabía que el viento, la tierra, los árboles y la lluvia eran sus amigos como lo eran Juan y Emilia.

Una mañana Petunia abrió la ventana y oyó un extraño ruido. Era como un silbido, como un llanto. El Siroco se había despertado. Era un viento árido, lleno de arena. Un viento que abrasaba la hierba a su paso y calcinaba los árboles. Ese viento no era su amigo. Petunia bajó las escaleras y le dijo a su madre:

- Mamá, mamá, mira lo que está pasando.
- ¿Qué te pasa hija?
- ¿No oyes a los árboles llorar?
- Ya estás otra vez con tus fantasías.

Pero no eran fantasías. Cuando salieron de la casa vieron que las montañas perdía su verdor y se cubrían de arena. El desierto amenazaba con cubrirlo todo. La madre dijo entonces:

- Es el Siroco, Petunia. El Siroco es el viento del desierto. No es un viento malo pero a veces se enfurece para recordarnos que tenemos que cuidar todo lo que nos rodea.
- ¿Qué podemos hacer?
-No lo sé, esta es la primera vez que el Siroco llega a este lado del río. Casimira y Nicolás, los ancianos que viven en la otra orilla me contaron que hace muchos años el Siroco amenazó estas montañas.

Petunia fue a buscar a sus amigos. Las montañas se habían convertido en un lugar triste, árido. Se preguntaron quién podría ayudarles para hacer que la lluvia volviera y las montañas recobraran su alegría. Juan dijo que lo mejor sería esperar. Pero Emilia y Petunia no podían esperar. Petunia recordó lo que su madre le había contado. Los tres amigos emprendieron el viaje para visitar a Casimira y Nicolás.

Casimira y Nicolás vivían en una casa muy pequeña rodeada de una enorme pradera que también se había secado por efecto del Siroco. La puerta de la casa estaba abierta.

- Os estábamos esperando, dijeron Casimira y Nicolás. Sabíamos que vendríais. Vosotros sois los únicos que podéis salvar a las montañas. Sólo vosotros podéis hacer que vuelva la lluvia.
- ¿Qué tenemos que hacer?, dijeron los niños. Nicolás respondió:
- Aquí tenéis unas semillas. Plantadlas cerca del manantial antes de que se seque completamente. Recordad que tenéis que plantarlas con cariño. Cuando el viento Siroco vea que plantáis las semillas con cariño se dará cuenta de que vosotros sois capaces de cuidar la tierra. Sólo entonces volverá la lluvia y las montañas recuperarán su alegría.

Así ocurrió. Los niños plantaron y cuidaron las semillas. Tras siete días de espera la lluvia llegó, los campos volvieron a ser verdes los árboles se cubrieron de hojas. El Siroco entendió que el mundo estaba en buenas manos y volvió a su gruta donde duerme pacíficamente.

No lo despiertes.

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