PRESENTACIÓN

Cuando se reflexiona sobre la lengua española (cualquiera que sea el contexto en el que se haga: político, pedagógico, histórico, antropológico, social, etcétera), inevitablemente se llega a un concepto de significado nada unívoco, cuyo análisis genera frecuentemente apasionados debates e incluso desencuentros. Me refiero al concepto de cultura (término cuyo campo semántico suele completarse con adjetivos que no hacen sino acrecentar las diferencias en las interpretaciones: ¿española?, ¿hispana?, ¿latina?).

He sido testigo, en situaciones y medios muy diferentes, de las dudas que se suscitan, incluso entre expertos altamente cualificados, cuando se plantea el grado en el que lo estrictamente lingüístico (la lengua, para decirlo más llanamente) define lo cultural, con dos cuestiones recurrentes por ausencia de respuestas convincentes: 1.) ¿La producción cultural una obra literaria, por ejemplo en español forma per se parte de la cultura española? ¿Cabe, por el contrario, que un autor exprese en español una formadeestarenelmundo o una interpretación de la realidad, por ejemplo, de claras raíces precolombinas y que la obra que resulte no forme parte de la literatura española?, y 2.) ¿Pueden por razones comerciales, lo que es muy frecuente- autores hispanos escribir en inglés y que su obra sea considerada un producto cultural hispano? ¿Los Cuentos de la Alhambra, de Washington Inrving, son literatura cultura a la postre inglesa o española?

Sin pretender entrar en el estudio de las complejas relaciones entre lengua y cultura, sí entiendo y siento yo, como persona, que la lengua es la parte más íntima de la cultura, ya que es ella la que nos permite representar como pensamientos y tal vez sentimientos los hechos culturales, y son las palabras el vehículo de un amplio capítulo de nuestra producción cultural (aunque no de toda, ciertamente). No creo, por otra parte, que quepa pensar o imaginar una cultura sin una lengua propia, y tampoco una lengua tendría mucho sentido incluso en un mundo en el que imperase el más rabioso de los pragmatismos si no forma parte de una cultura.

Cuando se enseña lengua española se están, pues, transmitiendo valores culturales y al aprender español el alumno accede a una cultura de la cual este idioma es componente esencial.

Ahora bien, la cuestión es determinar de qué cultura es parte esencial el español, y con qué valores culturales entra en contacto quien aprende lengua española. A mi juicio, no cabe responder a estas cuestiones sin considerar previamente que:

  • El español es hoy un instrumento de comunicación construido con palabras y acentos muy diversos, fruto, precisamente, de la inevitable y deseable contaminación cultural de las lenguas.
  • Las distintas culturas (vamos a llamarlas hispanas) de las que el español es un elemento que forma parte esencial no pueden considerarse entidades separadas e inconexas, precisamente porque comparten, al menos, un mismo lenguaje.
  • En el mosaico de culturas hispanas cada pieza (cada cultura) tiene elementos diferenciales que la distinguen, aunque compartan una zona común (de amplitud variable) en el conjunto que se identifica con la voz hispano.
Cuando el Consejo de Redacción de Materiales para enseñar los estándares se planteó un número en el que habrían de ofrecerse materiales de contenido cultural, ello les obligó a definir, como primer paso, el criterio con el que seleccionar ejemplos de cultura hispana susceptibles de ser explotados en el aula, a fin de poder revisar sin sesgos una realidad que es, como hemos comentado, muy variada y heterogénea, y ha resuelto, a mi juicio, tal problema de una forma compatible con los planteamientos que hemos hecho:

  • Ha identificado productos culturales que utilizan la lengua española, o de autores que se expresan en español.
  • Ha incorporado productos culturales propios de contextos culturales diversificados (todos ellos, compartiendo, ciertamente, la condición de hispanos).
Cabe decir y será verdad, aunque esta limitación haya sido inevitable que no se ha recorrido todo el mosaico de lo hispano, o que se han reflejado estas partes y se han omitido aquellas otras. En cualquier caso, lo importante es que quienes han diseñado este número han tenido el buen sentido de hablar de los referentes culturales de la enseñanza de la lengua española un asunto, por otra parte, bien establecido en la filosofía que subyace al movimiento pedagógico que está siendo sintetizado en torno a los standards y de haber huido de localismos políticos, históricos o geográficos. Queda, al buen sentido del maestro que enseña español, el ampliar la panoplia de referentes culturales, para lo que la propia revista proporciona algunas direcciones de Internet muy útiles.

Si se acepta la importancia del contexto cultural a la hora de enseñar y de aprender un idioma, entiendo que para los profesores de español y para los especialistas que les asesoran y participan en su formación, habría de ser una tarea urgente e importante, inaplazable, el disponer de una selección de los que han venido en denominarse materiales auténticos, que interpreto yo que son aquellos que han sido producidos por autores que hablan y escriben en español, a diferencia de los que no son auténticos, que estarían representados por productos libros de lectura, obras literarias, prensa, etcétera de autores que escriben en otras lenguas y que han sido traducidos, o que escriben en español pero sin que los contenidos sean expresión genuina de valores propios de las culturas en las que la lengua española es un componente esencial.

Gonzalo Gómez Dacal
Consejero de Educación y Ciencia