PRESENTACIÓN

En la presentación del número de Materiales correspondiente a abril del año 1999, se hace una reflexión sobre el significado de la voz "cultura", al hablar de las culturas de España y de Hispanoamérica. En esta reflexión se advierte de la dificultad que entraña el usar este término para hacer referencia a un hecho o a una situación concreta, ya que la realidad que se trata de abarcar con él, especialmente cuando se pretende acotar su campo semántico con voces como "española" o "hispanoamericana", suele desbordar los límites que trata de establecer la definición que quiere hacerse de lo que sea "cultura española" o "cultura hispanoamericana".

Esta dificultad de acotar realidades que sean reflejo de este tipo de expresiones de las que forma parte la voz "cultura" es frecuente que se quiera resolver mediante recursos eminentemente lingüísticos, y se habla, así de "cultura española e hispanoamericana" (habría que despejar si se trata de dos conjuntos disjuntos o de dos realidades que no pueden presentarse como separadas, ya que, para algunos, lo "hispanoamericano" puede interpretarse como una mera intersección de lo "español" y lo "americano", mientras que no faltarán quienes defiendan posiblemente sin faltarles razones- que lo "hispanoamericano" no es intersección de nada, sino una realidad nueva que surge como consecuencia del contacto entre dos culturas -o de una cultura con muchas culturas-, y posiblemente no serán pocos los que digan que lo "español" es, en la actualidad, "hispanoamericano", interprétese como intersección o como resultado evolutivo de sus intercambios con lo "americano").

Esta larga disquisición, en buena medida meramente formal, y artificial, la presento con la finalidad de destacar algo que yo percibo, vivencialmente, como difícilmente cuestionable, y que deja de lado largas e improductivas disquisiciones acerca de las semejanzas y diferencias culturales de los grupos humanos a los que hoy se identifica con la etiqueta de "hispanos", de uno y otro lado del Atlántico: cualquiera que sea la solución que aceptemos como válida al complejo problema de establecer qué se significa con las expresiones de las que forman parte los términos "cultura", de una parte, e "hispana", "hispanoamericana", "española", etcétera, de otra, de lo que no cabe duda es de que todas las realidades a las que se refieren (y no discutiré cuáles son esas realidades) tienen un componente común, perfectamente identificable y nada cuestionable: ese elemento es el idioma español.

Cuando se realicen, siguiendo la invitación que se hace en este número que hoy se presenta de Materiales, "comparaciones culturales y lingüísticas", si esas comparaciones se refieren a realidades a las que sea aplicable el calificativo "hispano" o "español", se hallarán diferencias junto con una extensa zona común cuya argamasa es, sin duda, ese extraordinario producto cultural que es el idioma, que yo interpreto no como una intersección de realidades separadas sino en calidad de resultado del contacto de los que fueron diferentes idiomas y culturas, y cuyos componentes pueden ser muy heterogéneos (literatura, costumbres, música, valores, etcétera).

En el caso de que las comparaciones se hagan entre culturas que no comparten el idioma (es el caso en la actualidad de las culturas existentes en EE.UU., de las cuales dos grupos son especialmente significativos: el formado por culturas que comparten una raíz "hispana" y integrado por aquellas que se identifican por sus referentes "anglosajones"), también es preciso tener en cuenta que habrá partes comunes, que cada vez serán mayores como consecuencia de los procesos de globalización económica y cultural en los que estamos inmersos.

Cualesquiera que sean las culturas que se comparen, y cualesquiera que sean las afinidades y diferencias que en el análisis comparativo se identifiquen, entiendo que:

  • Es preciso huir del prejuicio de pensar que una de las culturas tiene algún tipo de prevalencia respecto de la otra: una cultura constituye un paradigma, y por consiguiente es inconmensurable desde otra cultura, y sólo pueden hacerse valoraciones y juicios desde dentro del paradigma, es decir, viviendo, pensando y apreciando, estando en la propia cultura.

  • Es más fácil interpretar nuestra cultura y entender que sus valores y productos no son absolutos, que no son mejores ni peores, desde otra cultura que tratar de captar la otra cultura tomando como plataforma la nuestra: para adentrarnos en otra cultura lo más sensato es vivir dentro de ella, para lo cual es imprescindible el idioma.

Las comparaciones culturales y lingüísticas son, pues, un instrumento educativo de extraordinaria fuerza para enriquecernos con formas de pensar y de vivir que difieren de las nuestras y, sobre todo, para romper los "idola" en los que algunos basan sus ideas sobre la supremacía cultural, que termina interpretándose como supremacía racial. El alumno del siglo XXI debiera ser capaz de entender su propia cultura situándose en otra u otras culturas, huyendo de "comparar" para jerarquizar ( "más que", "mejor que", "tan como", "menos que"); buscando "comparar" para identificar relaciones, semejanzas y diferencias, y asumiendo el proceso de "comparar" desde una actitud de respeto incondicional hacia la cultura del "otro".

Gonzalo Gómez Dacal
Consejero de Educación y Ciencia.